Comentario resuelto
La secta, de Carmen Rigalt
El tema del
artículo de opinión La Secta de Carmen Rigalt es: la dependencia
que crean las nuevas tecnologías y lo efímeras que son, en
concreto, Twitter.
Como resumen
del texto destaco que Carmen Rigalt habla de lo rápido que avanza la
tecnología y cómo en muy pocos años ha progresado la informática,
mientras que tardó 5.000 años en inventarse el primer ordenador. La
escritora hace un repaso de su relación con las nuevas tecnologías,
desde el MS2 hasta el WI-FI, pasando por Windows 95, y finaliza
hablando de Twitter, lo que ella llama secta, por el tipo de gente
efímera utiliza esta red social.
Como esquema
organizativo destacamos que hay una primera parte que comprende
el primer párrafo en donde la autora hace una presentación y expone
cómo han avanzado los aparatos tecnológicos. Incluye en esta parte
un argumento de contraste y utiliza la ironía al darle la vuelta al
asunto expresando que tal vez el progreso consista “en despojarse
de aparatos”.
Hay una segunda
parte de desarrollo, en los dos siguientes párrafos, en donde habla
de su experiencia personal con las tecnologías y aporta argumentos
de ejemplo y experiencia personal, desde “Recuerdo los
balbuceos...” hasta “pasó a la historia”; y desde “Windows
95” hasta “guardaba la vida”; con los que pretende demostrar lo
efímeras y adictivas que son estas tecnologías.
Por último, en
los dos siguientes párrafos encontramos que la autora desvela su
tesis, a saber, considerar una secta a los usuarios de Twitter, de la
que ella no quiere formar parte, pues considera que son “gente
efímera” o “gentecilla” con afán exhibicionista.
Como opinión
personal coincido con Carmen
Rigalt en sus dos preceptos principales, pues las tecnologías
aparecen en el mercado mientras ya hay otras mucho más avanzadas
aguardando el momento para sustituirlas; además, conceptos
demostrados como la obsolescencia programada son un daño colateral
más de nuestra sociedad consumista.
Por
mi parte, considero que los usuarios de Twitter deberían ser mucho
más reflexivos antes de vomitar
en la red sus palabras, en 140 caracteres, con su nombre y sus
apellidos. Olvidan los usuarios que las palabras se las lleva el
viento, excepto cuando han sido escritas y tuiteadas. Es importante
recordar que las palabras también pueden ser constitutivas de
delito, como en el caso del concejal de Madrid que tuiteó chistes
sobre el holocausto y las víctimas de ETA y por ello ha estado cerca
de ser juzgado. En otras ocasiones simplemente pueden abochornar a
quien lo firma por dejar en evidencia su simpleza o su mala
ortografía, como sucedió a Bisbal, Sergio Ramos, o tantos otros
personajes famosos. En definitiva, pienso que muchos deberían
aplicarse la máxima de “mejor callar y parecer tonto, que hablar y
despejar las dudas”.
El texto original sobre el que está hecho el comentario es el siguiente:
LA
VIDA es más virtual que real. Las nuevas tecnologías van a toda leche y
los filósofos de última hora construyen sus teorías a orillas de la
Red. Hemos tardado 5.000 años en hacer el primer ordenador, pero sólo 40
en inventar el 2.0. A ese paso, dentro de nada habremos dejado atrás el
futuro: tal vez un día progresar consista en despojarse de aparatos.
Recuerdo los balbuceos del MS-DOS, el primer sistema operativo de Microsoft. Aquello parecía morse (en realidad, a mí me parecía morse todo lo que no fuera una simple máquina de escribir), y enseguida pasó a la historia. Pero cuando quise darme cuenta ya me tuteaba con un PC para tratamiento de textos (suficiente). Muchas veces amenacé con tirar aquel trasto por la ventana: más que para tratar textos parecía hecho para borrarlos, pues cientos de folios se evaporaron por mi torpeza. Jamás recibí una clase de informática ni leí un manual de intrucciones, pero el segundo ordenador, ya con Windows 95, lo instalé yo solita, que tengo probada fama de inútil. Mi relación con el nuevo PC fue menos épica. Establecí con él (y más tarde, con mi portátil) unos lazos de dependencia semejantes a los que tengo con mi bolso. Ahí adentro guardaba la vida.
Los padres del MS-DOS están ya jubilados. En este tiempo, las nuevas tecnologías han avanzado a la velocidad de la luz. Ahora, cualquier niño de dos años (y cuando digo dos años me refiero exactamente a dos, no a tres ni cuatro) manejan el iPad. Yo no concibo ya vivir sin ordenador. Teniendo un paraguas wi-fi, no necesito ir a ninguna parte.
Dicho esto, aviso: no estoy en Twitter. Las redes sociales siempre me han inspirado cierto recelo. No es que no me fíe de ellas. En realidad de quien no me fío es de mí. Twitter es un invento hecho a la medida de las personas con tendencias adictivas. Yo sería una de esas que se pasan la vida en el excusado tuiteando y retuiteando como descosidas. Desde fuera, en cambio, veo las cosas muy claras.
En la secta, como yo llamo a Twitter, hay gente que colecciona horas libres y gente que no tiene ni tiempo de ir al excusado. Gente de pulsiones exhibicionistas y ansiosas, gente que se anuncia y gente que intenta darle una utilidad al asunto argumentando que Twitter es un arma indispensable para ejercer la profesión (periodismo, en este caso). Gente que vive para que hablen de ella y gente que habla de la gente. Gente efímera que se resume a sí misma en 140 caracteres. Gentecilla, o sea.
El texto original sobre el que está hecho el comentario es el siguiente:
Recuerdo los balbuceos del MS-DOS, el primer sistema operativo de Microsoft. Aquello parecía morse (en realidad, a mí me parecía morse todo lo que no fuera una simple máquina de escribir), y enseguida pasó a la historia. Pero cuando quise darme cuenta ya me tuteaba con un PC para tratamiento de textos (suficiente). Muchas veces amenacé con tirar aquel trasto por la ventana: más que para tratar textos parecía hecho para borrarlos, pues cientos de folios se evaporaron por mi torpeza. Jamás recibí una clase de informática ni leí un manual de intrucciones, pero el segundo ordenador, ya con Windows 95, lo instalé yo solita, que tengo probada fama de inútil. Mi relación con el nuevo PC fue menos épica. Establecí con él (y más tarde, con mi portátil) unos lazos de dependencia semejantes a los que tengo con mi bolso. Ahí adentro guardaba la vida.
Los padres del MS-DOS están ya jubilados. En este tiempo, las nuevas tecnologías han avanzado a la velocidad de la luz. Ahora, cualquier niño de dos años (y cuando digo dos años me refiero exactamente a dos, no a tres ni cuatro) manejan el iPad. Yo no concibo ya vivir sin ordenador. Teniendo un paraguas wi-fi, no necesito ir a ninguna parte.
Dicho esto, aviso: no estoy en Twitter. Las redes sociales siempre me han inspirado cierto recelo. No es que no me fíe de ellas. En realidad de quien no me fío es de mí. Twitter es un invento hecho a la medida de las personas con tendencias adictivas. Yo sería una de esas que se pasan la vida en el excusado tuiteando y retuiteando como descosidas. Desde fuera, en cambio, veo las cosas muy claras.
En la secta, como yo llamo a Twitter, hay gente que colecciona horas libres y gente que no tiene ni tiempo de ir al excusado. Gente de pulsiones exhibicionistas y ansiosas, gente que se anuncia y gente que intenta darle una utilidad al asunto argumentando que Twitter es un arma indispensable para ejercer la profesión (periodismo, en este caso). Gente que vive para que hablen de ella y gente que habla de la gente. Gente efímera que se resume a sí misma en 140 caracteres. Gentecilla, o sea.
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