UNIDAD 2.
(En el libro de Bromera) Composición / Mayúsculas / El grupo nominal y la concordancia
(Añadir) - Utilización guiada de diccionarios y fuentes de información en diferentes soportes. /
Reconocimiento de los elementos de la situación comunicativa y de las propiedades textuales en textos narrativos y descriptivos. / Lectura, comprensión, interpretación y análisis de textos escritos narrativos (cuentos, Cortázar instrucciones*) / Introducción a la literatura o a partir de los textos de autoría masculina y femenina.
Actividad 1. a) Intentar deducir o inventar qué significan estas palabras. b) Buscar las palabras en el diccionario de la RAE.
c) Explicar las abreviaturas, el tipo de definición y las características de cada entrada del diccionario en la RAE. d) Buscar si existe una palabra equivalente en Valenciano. e) Buscar en un diccionario de sinónimos si tienen sinónimo.
- Ladino. -Petricor. -Haragán
-Soez. -melindroso. -conticinio.
-columbrar. -trampantojo -nemoroso.
MICROCUENTOS
Actividad 2. a) Lee los siguientes cuentos de Julio Cortázar y escribe el tema y el resumen de cada uno de ellos. b) ¿Qué diferencias hay entre el primer cuento y el segundo? ¿Crees que los dos son literarios, son hechos reales o ficción?
Una historia verídica
A un señor se le caen al suelo los anteojos, que hacen un ruido terrible al chocar con las baldosas. El señor se agacha afligidísimo porque los cristales de anteojos cuestan muy caros, pero descubre con asombro que por milagro no se le han roto.
Ahora este señor se siente profundamente agradecido, y comprende que lo ocurrido vale por una advertencia amistosa, de modo que se encamina a una casa de óptica y adquiere en seguida un estuche de cuero almohadillado doble protección, a fin de curarse en salud. Una hora más tarde se le cae el estuche, y al agacharse sin mayor inquietud descubre que los anteojos se han hecho polvo. A este señor le lleva un rato comprender que los designios de la Providencia son inescrutables, y que en realidad el milagro ha ocurrido ahora.
Instrucciones para llorar
Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza. El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente. Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca. Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto. Duración media del llanto, tres minutos.
¿Qué es la literatura?
Debatir en clase primero qué es el arte y después qué es la literatura. Buscar las palabras en el diccionario de la RAE e intentar comprenderlas y debatir si se está de acuerdo o no con las definiciones.
LECTURAS
Leer estos dos microcuentos y decidir si se ajustan a la definición de Literatura. Reflexionar sobre cómo el lector ayuda a completar junto al autor el sentido del microcuento.
Una nevera portátil, Almudena Grandes
Salieron a la calle a las diez y treinta y dos minutos de una mañana de junio soleada, calurosa.
Como todos los sábados, se separaron sin despedirse ante el portal de su casa. Él fue al garaje, a recoger el coche, y ella se quedó esperando con la maleta, la nevera portátil, un cesto de paja lleno de envases con comida preparada, la jaula del canario y el perro de su marido.
A las diez y treinta y siete miró el reloj. Su marido se estaría ajustando ya el cinturón. Aún no habían tenido hijos. Él era partidario de disfrutar de la vida todavía unos años más.
A las diez y cuarenta y dos, el coche no había salido del garaje, pero el perro se había meado en medio de la acera. Ella lo miró con repugnancia. No le gustaban los perros y no entendía por qué se retrasaba tanto su marido.
A las diez y cuarenta y nueve empezó a sudar. Ya faltaría poco para poder freír huevos en el tejado de pizarra de la casita que tenían en la sierra. Y la caravana de ida. Y la de vuelta. Y los mosquitos. Y su suegra.
Y la paella de su suegra. A ella le gustaba más la playa, pero sus preferencias no la eximían de pagar a fin de mes la mitad de cada cuota de la hipoteca. Él no daba señales de vida todavía.
A las diez y cincuenta y tres, las salmonelas, cualquier cosa que fueran, estarían ya empezando a bailar flamenco en la mayonesa de la ensaladilla rusa. Ella decidió que no la probaría. En cuanto a su marido, parecía que se lo hubiera tragado la tierra.
A las once en punto no había aparecido aún. A lo mejor el coche tenía una avería. Aunque también lo habían pagado a medias, a ella le dio la risa solo de pensarlo.
A las once y seis minutos se le ocurrió que quizás él no volviera nunca. Entonces apiló todo su equipaje contra el portal, dejó al perro atado a un poste y se fue a El Corte Inglés. Hacía mucho tiempo que no estaba tan contenta.
El verdugo, A. Koestler
Cuenta la historia que había una vez un verdugo llamado Wang Lun, que vivía en el reino del segundo emperador de la dinastía Ming. Era famoso por su habilidad y rapidez al decapitar a sus víctimas, pero toda su vida había tenido una secreta aspiración jamás realizada todavía: cortar tan rápidamente el cuello de una persona que la cabeza quedara sobre el cuello, posada sobre él. Practicó y practicó y finalmente, en su año sesenta y seis, realizó su ambición.
Era un atareado día de ejecuciones y él despachaba cada hombre con graciosa velocidad; las cabezas rodaban en el polvo. Llegó el duodécimo hombre, empezó a subir el patíbulo y Wang Lun, con un golpe de su espada, lo decapitó con tal celeridad que la víctima continuó subiendo. Cuando llegó arriba, se dirigió airadamente al verdugo:
-¿Por qué prolongas mi agonía? -le preguntó-. ¡Habías sido tan misericordiosamente rápido con los otros! Fue el gran momento de Wang Lun; había coronado el trabajo de toda su vida. En su rostro apareció una serena sonrisa; se volvió hacia su víctima y le dijo:
-Tenga la bondad de inclinar la cabeza, por favor.