miércoles, 8 de marzo de 2017

Comentario del artículo No hay nada más común que una rareza

No hay nada más común que una rareza. Rosa Montero. El País
Me encanta la tercera acepción del diccionario de la RAE de la palabra normal: “Que, por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano”. Ojalá fuera esa la primera definición del término, en lugar de la que ahora figura (“que se halla en su estado natural”), porque expresa a la perfección lo que siempre he pensado, a saber, que vivimos presos de un trágico malentendido consistente en creer que, cuando hablamos de normalidad, nos estamos refiriendo a lo más habitual, lo mayoritario, lo “natural”, como dice la primera voz. Cuando, en realidad, de lo que estamos hablando es de la norma, de la ley, de una convención previamente fijada. De un marco al que intentamos adaptarnos, pero que en realidad no define a nadie o casi nadie. Y es que tengo la profunda sospecha de que los individuos “perfectamente normales” son escasísimos. A veces llego a pensar que en realidad no existen, que son un simple mito, como los dragones escamosos o el unicornio alado.
La vida me ha demostrado que, en realidad, todos estamos llenos de rarezas y de pequeñas manías. Aunque las ocultamos celosamente, por lo general no les damos mayor importancia, y con razón, porque las rarezas se repiten muchísimo: o sea, es más habitual ser raro que normal. Hace años escribí un artículo sobre esas manías secretas, a raíz de haber descubierto que una conocida, la más sensata, serena y confiable de su grupo de amigos, llevaba toda su vida guardando en cajitas de cerillas las uñas que se recortaba en manos y pies. A mí me había parecido algo sorprendente, pero luego me escribieron tres lectores diciendo que ellos hacían lo mismo. Creo que ser verdaderamente raro es imposible. Lo cual resulta bastante consolador.
El pasado mes de julio participé en un curso formidable en El Escorial, uno de esos de verano de la Complutense. Lo dirigía Raúl Gómez Gómez y se titulaba prometedoramente Los excesos de lo normal y los defectos de la cordura, un enunciado que también suscribo. Pues bien, cuando di mi charla se me ocurrió preguntar a la gente por sus rarezas. Si tres personas contáis vuestras manías, yo contaré la mía, propuse como quien cambia cromos. La sala estaba llena y me pareció que me miraban con ganas de sincerarse, pero cohibidos. Con pudor, con recelo, con timidez. Al cabo, dos o tres se animaron a hablar, aunque relatando comportamientos muy comunes, como, por ejemplo, fijarse en las matrículas de los coches y hacer cálculos matemáticos con ellas. Pero, cuando el encuentro terminó, unos cuantos se acercaron discretamente a mí y me confesaron en la intimidad unas rarezas estupendas.
Voy a contar dos que me encantaron, por lo diferentes y complejas. Un hombre me dijo que, cada vez que recogía la colada de la cuerda del patio, dejaba caer a propósito un calcetín; y que luego iba comprobando periódicamente si la prenda seguía allá abajo, en el suelo, o si la conserje lo había rescatado ya, que era lo que, antes o después, terminaba sucediendo. Luego la mujer lo dejaba en un reborde de la escalera, para que lo encontrara el vecino que lo hubiera perdido. Y ahí nuestro amigo recuperaba su calcetín, todo feliz. No me digan que no es un relato formidable: qué significará ese calcetín para ese hombre, por qué necesitará comprobar tan a menudo que hay alguien que cuida de él y que no permite que se pierda. A menudo hacemos poesía con nuestras vidas sin saberlo.
La otra rareza también es genial. Una mujer me contó que, cada vez que viajaba, iba dejando su ropa en las habitaciones de los hoteles y regresaba a casa con la maleta vacía. ¡Guau! Eso sí que es un viaje liberador, un trayecto hacia la ingravidez, una ceremonia de purificación. Mientras los demás solemos ir engordando nuestro equipaje en los viajes y regresamos con el doble de la carga con la que nos fuimos (una metáfora de la pesadumbre de la vida), esta mujer vuela.
Ambos hábitos son tan elocuentes y curiosos, en fin, que parecen inventados. Pero no: son reales. Aún más: estoy convencida de que debe de haber por ahí más gente que haga lo mismo, porque, como he dicho antes, no hay nada más común que una rareza. La mía, por cierto, es de lo más vulgar: duermo con la almohadita de mi cuna, es decir, soy como Linus, el amigo de Charlie Brown, y su frazada. ¿Y ustedes? Permítanse una pequeña libertad y saquen sus manías del armario.



Idea principal:
Las rarezas comunes

Resumen:
La periodista y escritora Rosa Montero reflexiona en este artículo sobre la palabra normal y abraza esa definición de la RAE que habla de que lo normal es aquello que sigue una norma. Así, por tanto, considera que lo normal no es ni lo natural ni lo habitual, sino, justo al contrario, lo menos común. Según ella la gran mayoría (se incluye) tenemos rarezas. Es más llega a decir que a veces piensa que no existe la gente normal, que son un mito. Posteriormente pasa a hablar de varias rarezas que algunas personas han llegado a confesarle, algunas de ellas precisamente en una conferencia sobre las rarezas en torno a la cual se originó un debate. Entre esas rarezas que recopila habla de una amiga suya que coleccionaba uñas; de un hombre que perdía a propósito un calcetín a ver qué sucedía; y de otra que volvía de sus viajes con la maleta vacía. También cuenta una rareza suya, a saber, que duerme con la almohada de su cuna. Todas estas rarezas y también la suya, las ve no como algo malo, sino todo lo contrario, como un atractivo literario o poético, por lo que anima a los lectores a que confiesen sus propias rarezas.

Esquema organizativo.
El artículo de Rosa Montero podemos considerar que tiene una estructura deductiva, pues comienza con la tesis, que aparece al final del primer párrafo y sería: los normales son una minoría y la mayoría tenemos rarezas, pero se suele entender mal el término; para, a continuación, ir demostrando mediante diversos argumentos que su tesis es cierta.
Dentro de su proceso de argumentación predominan los argumentos del tipo ejemplo, aunque comienza con una cita, que se podría considerar de autoridad, cuando utiliza la definición de la RAE de “normal”, en el primer párrafo, para demostrar que la gente se equivoca en el uso del vocablo, que en realidad viene a ser aquel que se ajusta a las normas. Deja claro además su punto de vista señalando que esta tercera acepción debería ser la primera.
Los argumentos de ejemplo que aporta los ha recopilado por sí misma, el primero de ellos lo atribuye a una amiga que guardaba las uñas que se cortaba, y otras las recupera de un encuentro conferencia en el que tuvo la ocasión de hablar con varios participantes sobre sus rarezas, de las más peculiares habla en respectivos párrafos, el cuarto y el quinto, el hombre que perdía el calcetín a propósito, y la mujer que regresaba de viaje con la maleta vacía.
Puede considerarse también un argumento de autoridad hacer mención a la charla cuyo sugestivo título nombra en el tercer párrafo: Los excesos de lo normal y los defectos de la cordura.
A modo de conclusión, en el último párrafo la autora aporta un argumento de ejemplo basada en su experiencia personal: que duerme con su almohada de cuna.
Como ideas secundarias podemos destacar cómo ciertas vidas pueden adquirir un valor poético o trascendental, como apunta al final del cuarto párrafo: “A veces hacemos poesía con nuestras vidas sin saberlo”.

Valoración personal
Considero que lo que apunta la autora es muy acertado porque muchas personas le dan a normal el significado de que es lo bueno porque es lo que hace todo el mundo y no tiene por qué ser así. Además también considero que todos tenemos nuestras rarezas y eso no es malo, sino, a menudo, positivo, pues nos individualiza y marca nuestro carácter.
Estoy un poco hastiado de esa necesidad de generalizar y de encasillar que tiene todo el mundo. Es reciente la polémica por la campaña de una asociación que ha sacado autobuses a la calle con el mensaje: “Los niños tienen pene, las niñas vulva”. Si eso fuera algo tan evidente como ellos mismos dicen, ¿Qué necesidad hay de pregonarlo a los cuatro vientos entonces? ¿Verdad que no vemos autobuses con el lema: El mar es azul y los troncos de los árboles marrones. Yo considero que no hay verdades absolutas sino que todo es relativo, como bien demostró en su día Albert Einstein. Por tanto, ¿qué necesidad hay de intentar que todos sean “normales”? Siguiendo con los ejemplos de antes: vaya, resulta que el mar no es azul, sino que adopta esa tonalidad porque refleja el cielo, que tampoco es azul en sí mismo, sino que es por la atmósfera, pues el aire, como el agua, son incoloros, ¿no? Los troncos de los árboles tampoco son marrones, no todos, si nos acercamos veremos que los hay grises, blancos, ocres y hasta verdes, y que además ninguno de ellos es monóntono, tienen muchas tonalidades en el tronco, y más aún, lo que llamamos marrón en otro sitio es brown, y para una persona daltónica es distinto, y para un pájaro también. Pues bien, hay niñas que han nacido con pene, ¿y qué? Y muchos más casos diferentes, casi tantos como personas hay en el mundo. ¿Por eso merecen que les digan que no son niñas? Todos tenemos los mismos derechos, bien, pero ni por asomo somos todos iguales, por suerte. Las diferencias nos hacen únicos y eso nos hace especiales y valiosos como individuos, además de como parte de una especie, tribu, pueblo, barrio, familia, etc. Así que celebremos nuestras diferencias, pero no nos enfrentemos por ellas.


La modalización es la propiedad textual mediante la cual es autor muestra su pensamiento subjetivo a través de elementos lingüísticos y tipográficos presentes en el texto y que nos permiten, por tanto, saber cuál es su opinión sobre el tema tratado. El texto que hemos leído está bastante modalizado como podemos ver en varios aspectos que trataremos a continuación:
En primer lugar, en lo relativo a deixis social, se refiere a lo lectores directamente y les habla de usted, con lo cual se establece una relación de cortesía. Esto lo vemos en la apelación de la última línea “Permítanse una pequeña libertad y saquen sus manías del armario.”. Sí vemos que, pese a ese trato de respeto, intenta establecer una cercanía con el lector a través de confidencias personales y el uso de los pronombres personales de primera persona, tanto singular como plural. Así en el tercer párrafo encontramos el pronombre personal “Yo” en “ yo contaré la mía”, el texto comienza con otro pronombre personal de primera persona “Me encanta”. Con ese uso de la primera persona del singular vemos claramente la presencia de la autora, su implicación con lo que está narrando como testigo y también como protagonista al final. Además utiliza el plural de primera persona incluyendo al lector en su visión, su punto de vista y su experiencia, con esto logra todavía más cercanía, esto por ejemplo lo vemos en el primer párrafo cuando dice: “que vivimos presos de un trágico malentendido”; ese uso también está en el segundo párrafo cuando asegura: “todos estamos llenos de rareza”, de esta manera logra una mayor cercanía con el lector y hacerlo partícipe de su opinión.
De igual manera, encontramos algunos verbos modales como “encanta” (línea 1) , “he pensado” (línea 3) y “suscribo” (línea 19), que nos dan a entender claramente el posicionamiento de la autora. Los modos y tiempos verbales son típicos de un texto argumentativo y encontramos una gran variedad de ellos y son muy significativos, así vemos que predomina el modo indicativo cuando expresa ideas e informa de datos: “vivimos presos de un trágico...”; “Hace años escribí un artículo...”; usa el modo subjuntivo también para expresar deseos “Ojalá fuera esa la primera definición...” y por último el modo imperativo, cuando da órdenes e indicaciones al lector, al final: “saquen sus manías del armario”. En ese mismo sentido, nos encontramos con que la modalidad oracional revela que estamos en un artículo argumentativo y aparecen tanto oraciones enunciativas como desiderativas y exhortativas.
Es en el apartado de léxico valorativo y la adjetivación donde más modalizado podemos hallar el texto. Resaltamos algunos sustantivos que muestran la opinión de la autora como “normal”, “unicornio”, “rarezas”, “manías” o “feliz”. Y todavía son más numerosos y relevantes los numerosos adjetivos valorativos que utiliza, como: “sorprendente”, “formidable”, “sensata”, “serena”, “confiable” o “genial”.
Nos encontramos además con múltiples expresiones que indican el grado de certeza de la autora respecto al asunto que trata, como por ejemplo en la línea 8: “tengo la profunda sospecha”, en donde además juega a la ironía uniendo a sospecha el adjetivo profunda, que da a entender que casi es una certeza; “Creo que ser verdaderamente...” (línea 16); “estoy convencida de que debe de haber...” (línea 38).
Nos encontramos en este artículo también con algunas figuras literarias que aportan opinión y son fundamentales para entender el texto. Así, por ejemplo, en el primer párrafo vemos un símil cuando dice que los individuos normales son como “los dragones escamosos o el unicornio alado”; en el penúltimo párrafo nos desvela cómo la anécdota de la mujer que volvía con las maletas vacías es una “metáfora de la pesadumbre de la vida”. Y justo continúa con esa misma metáfora cuando dice: “esta mujer vuela”. También en el último párrafo hay un símil cuando se compara a ella misma con el personaje Linus, de las tiras cómicas de Snoopy. Todo esto confiere al artículo de cierto sentido metafórico y literario, lo cual no es casual tratándose de Rosa Montero, también escritora.

En cuanto a expresiones y signos de puntuación, lo más relevante sería el uso de una expresión como “¡Guau!”, línea 33. igualmente podemos ver que el texto está en registro estándar, pero en algún momento se permite la licencia de utilizar el registro familiar para aportar así una mayor cercanía, justo en expresiones como el “¡Guau!” antes indicado, o el diminutivo “almohadita” en la línea 39; lo cual combina con léxico un tanto más elevado, “ingravidez”, “purificación”, o “cohibidos”.